de Stefan Sweig -Tres espíritus creadores

lunes, 28 de enero de 2008

Cayo Valerio Catulo


Los soles se ocultan, y pueden aparecer de nuevo;
pero cuando nuestra efímera luz se esconde
la noche es para siempre,
y el sueño, eterno
Catulo

Cayo Valerio Catulo es, probablemente, el primer gran poeta lírico que conoció Roma. Sus epigramas y poemas yámbicos, influidos por Safo y Arquíloco, figuran entre lo mejor de su producción, de la que sólo se han conservado fragmentos y composiciones dispersas. Tienen merecida fama sus poemas a Lesbia, apasionados y violentos, y que en realidad estaban dirigidos a su amante Clodia. Catulo introdujo el termino etrusco bacium, del que proviene la palabra beso.

Nació en Verona, en la Galia Transpadana, se supone que en el año 87 a. J. Pertenecía a una familia acaudalada, y su padre era amigo de Julio César, a quien Catulo despreciaba. Pasó gran parte de su vida en Roma, donde se educó. Fue el principal representante de la corriente literaria de los poetae novi o neoteroi, términos que Cicerón empleó despectivamente para referirse a quienes eran influidos por los alejandrinos griegos. La poesía de los neotéricos se caracterizaba por su gusto por las composiciones breves de cuidada factura y estilo muy refinado. Catulo empleaba este estilo en poemas mitológicos, líricos y satíricos. Muchas de sus composiciones son autobiográficas, en las que relata su amor azaroso por Clodia, mujer de la que estaba enamorado, esposa del gobernador de la Galia Cisalpina, y sus relaciones con personas de ambos sexos. Clodia era una mujer de gran belleza y extremada desenvoltura que inspiró en Catulo una violenta pasión y un amargo desengaño de los que extrajo inspiración para sus versos, en los que la canta bajo el seudónimo de Lesbia.

La colección de sus poemas, que el propio poeta dedicó a su amigo e historiador Cornelio Nepote, nos ha llegado bajo el título de Catulli Veronensis liber, y consta de 116 composiciones de diversa extensión, destacando las que relatan su azarosa relación con su amada Lesbia, y arremeten contra sus rivales. Catulo se revela como un verdadero maestro tanto para la expresión de lo más íntimo como para el improperio más grosero.

La influencia de la poesía de Catulo no sólo se puede apreciar en la poesía amorosa de los poetas latinos posteriores, como ocurre con Ovidio y Horacio, sino también en los epitalamios de los poetas ingleses del renacimiento, como Robert Herrick, Ben Jonson y Edmund Spenser, y en los neoclasicistas españoles del siglo XVIII, como Meléndez Valdés y Lista. Se cree que murió cerca del año 54.

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Cayo Valerio Catulo

POEMAS
CARMEN III

Llorad, tanto Gracias y Cupidillos,
como todos los hombres más sensibles.
El gorrioncito de mi niña ha muerto,
el gorrioncito, joya de mi niña,
a quien amaba más que a sus ojitos;
pues de miel era y conocía, como
la hija conoce a su madre, a su dueña;
nunca se apartaba de su regazo,
sino que, saltando a su alrededor,
piaba constantemente para su ama.
Y ahora hace un camino de tinieblas,
hacia un lugar de retorno prohibido.
Sed malditas, malas sombras del Orco,
que fagocitáis todo lo precioso;
me arrancasteis este gorrión tan lindo.
¡Oh, acción malévola!¡Oh, gorrión perdido!
Ahora, por tu culpa, los ojitos
hinchaditos de mi niña se encarnan.

RENUNCIA DE AMOR

VIII

Desgraciado Catulo, deja de hacer locuras,
y lo que ves perdido, por ello dalo.
Brillaron para ti en otro tiempo blancos los soles,
cuando acudías allá donde quería una muchacha,
amada por nosotros como no será amada ya ninguna.
Eran entonces aquellas tantas diversiones
que deseabas tú y que ella no rehusaba.
Brillaron, sí, para ti blancos los soles.
Mas ella ya no quiere, y tú -reprime la pasión-
tampoco quieras,
ni vayas tras quien huye, ni vivas desgraciado,
sino que, duro el ánimo, tente firme. No sientas.
Adiós muchacha, Catulo ya no siente.
Pues que no lo deseas, ya no te irá a buscar
ni te hará ruegos,
pero tú sufrirás cuando nadie te ruegue.
Ay de ti, desdichada, ¡qué va a ser de tu vida!
¿Quién va a estar junto a ti? ¿Quién te verá bonita?
¿Ahora a quién vas a amar? ¿De quién dirán que eres?
¿A quién vas a besar? ¿Morderás en qué labios?
Pero Catulo, tú, condenado, no sientas.

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