Nº 1
La poesía y su campo teórico
Nociones preliminares.
Podemos decir que la poesía es el arte de evocar y sugerir sensaciones, emociones e ideas mediante un empleo particular del lenguaje sujeto a medidas, cadencias, ritmos e imágenes. Esta definición, aparentemente certera, nos puede resultar vaga y con justa razón, imprecisa. La poesía es mucho más que esto; es un proceso de pensamiento acotado y encauzado por la estética, no para oprimirla sino para marcar un sendero que devendrá en un infinito abanico de posibilidades, tantas como poemas se escriban. La poesía es la metafísica del lenguaje.
Si bien ha sido conceptuada como un texto vinculado a los hábitos culturales de elites sociales y ajeno a la mayoría de las personas, en la actualidad ha asumido un claro compromiso con su tiempo y de expresión clara de las emociones y las ideas.
Ya no es algo inasequible y ajeno a la sensibilidad de quienes acuden a su estudio sino que es cada vez más una forma específica e comunicación con el mundo, con los demás y con uno mismo.
Lejana de ciertos parámetros actuales que prevén orden, simetría, moda, pragmatismo o globalización culturosa, la poesía no se atiene a una secuencia intelectual o emocional lógica, lo improvisto, lo inconexo, lo inextricable o incluso lo insensato puede jugar a su favor.
En cada poema hay una poética, y en cada poética una concepción del mundo, un nuevo lenguaje. Por supuesto, al leer un poema no analizamos, casi nunca, ni la poética que lo sustenta ni la visión de la vida que nos propone; como tampoco muy a menudo el poeta que lo escribió nos ha querido dar un ejemplo práctico de sus nociones sobre la estética, el ser o el obrar. Solo ha intentado un único fin, conmovernos. Pero todo no se halla implícito en el acto creador que da origen a un poema y lo vuelve a originar en la lectura.
Es legítimo decir que la poesía expresa, a veces en forma dramática, la vocación ancestral de la actividad creadora de los seres humanos por situarlos en el universo, por hallar una respuesta -y mejores preguntas- para las eternas dudas acerca de la existencia y la realidad: qué puedo saber de mí y de lo otro, y también qué puedo hacer o cómo puedo obrar. Esta última, quizás, ha sido la preocupación dominante en las poéticas del último siglo: en lugar de ser "caminos hacia la belleza del decir", como sus semejantes de los siglos XVI y XVII, fueron más que nada "caminos hacia la belleza del obrar".
El poema busca, de alguna manera, apelando a todo el partido que pueda sacar de las palabras, haciendo recaer sobre ellas, por así decir, toda responsabilidad de ese hecho, capturar -y con ello hacer posible para nosotros esa captura- una presencia que parece extraña al tiempo, al mundo, a la realidad, y que no obstante experimentamos como algo esencial para nosotros.
No existe paralelismo entre poseer conciencia del dolor y ser poeta. Una persona, por el hecho de sufrir o de contemplar los horrores de la vida a su alrededor, no se dedica a escribir poesía. Esto da por tierra una famosa teoría sostenida por Sigmund Freud en su estudio del 1900 sobre el poeta y los sueños diurnos.
El poema sería, en principio, por esta orientación que lo funda, algo muy diferente de lo que solemos clasificar en las categorías de ficción (cuentos, relatos, novelas), teatro, oratoria, ensayos, crónicas, etc., es decir, aquéllas cuya forma intrínseca, aún cuando aparezcan bajo la otra forma poética, la prosa. Y esto es porque nuestra de ver el poema como algo a lo que singulariza la captura de una presencia extraña al tiempo y al mundo, hace que las diferencias formales referentes a la expresión no tengan en absoluto importancia. De modo que el poema puede también tener apariencia formal de prosa.
Al analizar los diferentes niveles del "discurso" podemos establecer una clara diferencia entre el discurso que es semánticamente unívoco, que no admite dudas, y el polisémico, propio de la poesía. El poema -desde el punto de vista lingüístico- es una categoría estructural bien diferenciada. De allí que la tarea de rescatar a la poesía de la confusión de los géneros haya sido, en los últimos años, una de las no menos importantes tareas de la lingüística, en cuyos resultados coinciden, por diversos caminos, diferentes aproximaciones.
Será aquí nuestra tarea adaptarnos y doblegarnos ante las llamadas sugerentes de un aprendizaje creativo, metódico, serio e intelectualmente lleno de proteínas afectivas por todos los poros del epítome (compendio o resumen).
Para comenzar con una faz práctica y a modo de homenaje, a continuación te ofrecemos uno de los poemas más bellos a nuestro juicio de la literatura americana. Es aquél que recitaban parcialmente los alumnos de Robin Williams en el final de "La sociedad de los poetas muertos" y que pertenecen al poeta Walt Whitman.
Próxima entrega Introducción a la Teoría Literaria
¡Oh, capitán!, ¡mi capitán! ¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro terrible viaje ha terminado, ¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, levántate y escucha las campanas, Mi capitán no contesta, sus labios están pálidos y no se mueven, WALT WHITMAN |
Walt Whitman nació en Long Island, estado de New York el 31 de mayo de 1819, fundador de la poesía moderna. Murió en Camden el 26 de enero de 1892. Este poema pertenece al libro Memories of President Abraham Lincoln. O captain! My Captain! our ferful trip is done.... 1865/1871
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