Hoy tengo ganas de trabajar un poco conmigo
y parece que también tengo ganas de involucrarte.
«Cartas para Claudia» (Jorge Bucay)
Quiero que tomemos un poema y pensemos, detenidamente, cuántas cosas nos dice.
Para no dilatar en exceso este ejercicio, elegí uno muy breve llamado «Hermanos».
El poeta nos dice:
Hermanos míos,
¡Ya no llueve!
Ahora pueden trinar,
beber el cielo en los charcos,
adornarse de nubes,
desalojar los grises.
El poeta se vale de veinte palabras, repartidas en seis versos cortos, menores, para dar a conocer su mensaje.
Su primer verso: «Hermanos míos», nos lleva a pensar que pudiera estar hablándonos a los lectores en un tono fraternal o a algunos otros realmente cercanos al poeta.
La utilización de las palabras «hermanos» y «míos» muestra el carácter especial que tienen aquellos a quienes dirige su mensaje. Le son muy cercanos («hermanos») y los siente como algo propio («míos»).
Sus destinatarios no son el producto de una relación pasajera o intrascendente; apreciamos que se siente unido a ellos como por su sangre; interesado en ellos como suele suceder con lo que se considera exclusivo de uno.
A estos (quizá nosotros u otros, aún no lo sabemos) les anuncia, en el segundo verso: «¡Ya no llueve!».
Por intermedio de los signos de admiración, entre los cuales se expresa el anuncio, el poeta le confiere un cierto énfasis; se trata sin duda de una noticia importante. No sabemos si buena o mala.
De todos modos, quizá acostumbrados a la asociación del cese de la lluvia con el fin de una situación climática generalmente adversa para la población y los campos, nos sentimos inclinados a sospechar, a priori, que es una buena noticia.
Formulado de un modo coloquial, menos poético, podemos trazar un nuevo enunciado de esos dos primeros versos, que diría: «A ustedes, que son de mucho valor para mí, les anuncio que cesó la lluvia».
El verso que sigue, el tercero, dará a conocer a los efectivos destinatarios del poema. Dice: «Ahora pueden trinar».
No hay espacio para la perplejidad. El poeta invita a sus «hermanos» a «trinar».
En este paso queda claro que la expresión anterior «¡Ya no llueve!», está asociada a una buena noticia. Nuestra sospecha era acertada. ¿Por qué? Por lo que se desprende de la acción a la que invita: «trinar».
La voz «trinar» tiene dos acepciones. La primera es gorjear, el canto de los pájaros; la segunda rabiar, enojarse.
Evidentemente, la segunda no se puede aplicar dado que no resulta razonable el proponer un enojarse porque dejó de llover.
Pero si tomamos la primera, la asociamos al canto de los pájaros y encontramos su razón de ser como un festejo porque cesó el aguacero.
Son los pájaros, entonces, los «hermanos» a los que alude el poeta. A ellos les habla.
A sabiendas de su forzado aislamiento a causa de la lluvia, les da la buena noticia «¡Ya no llueve!». Y por eso es que «ahora», cuando todo pasó, pueden «trinar», cantar libremente.
Continúa instándolos a salir de sus refugios. Ya pueden desplazarse y les presenta algunas propuestas.
Les dice que pueden «beber el cielo en los charcos».
Valiéndose de la propiedad reflexiva del agua que, como un espejo, graba sobre sí el cielo ya despejado de lluvia, juega una metáfora en la cual los pájaros en vez de saciar su sed con agua lo hacen bebiendo el firmamento.
Este cuarto verso nos recuerda la creencia de los hombres primitivos por la cual temían que su alma quedaba atrapada en la superficie sobre la que se reflejaban.
El quinto verso les propone «adornarse de nubes».
Teniendo presente que ya pueden volar en libertad, ahora los pájaros, «sus hermanos» pueden elevarse a las alturas y formar parte del paisaje celestial.
Como si se tratase de ángeles diminutos pueden «vestirse de nubes» dada su confraternidad con las alturas.
Finalmente, les anima a «desalojar los grises».
Por su canto, su colorido, su forma cercana a lo angélico, tienen todo lo necesario para hacer más dichosa la cotidianidad; para «alejar la tristeza», la monotonía, para ser dignos embajadores de un canto a la vida plena y necesaria.
Este «pensar» el breve poema que nos ocupa nos permite ver más en detalle el contenido del mismo; digamos profundizarlo.
Sin embargo, aún nos restan algunas consideraciones.
¿Por qué el poeta llama a los pájaros «hermanos míos»? ¿Qué lo lleva a sentir a los pájaros como sus «hermanos»?
Nosotros llamamos hermano a aquél a quien nos une un mismo padre, con el que compartimos la misma sangre. Por extensión lo vinculamos con quien nos es muy semejante o parecido; al que nos une un notorio grado de semejanzas y de afecto.
¿Qué elementos nos proporciona el poeta para que podamos entender qué lo hace sentirse «hermano» de los pájaros?
Lo primero que nos dice sobre ellos es que pueden «trinar», gorjear, cantar.
Por esta acción los pájaros son los encargados de poblar el aire con un sonido gratificante, deseado por nuestros oídos. Son como troveros alados que alegran la vida con su improvisada música.
Luego, vemos que pueden «beber el cielo en los charcos». Agua y Cielo se amalgaman permitiéndoles ejercer la magia de calmar la sed, ya no con la mera materia, el agua, sino con el Cielo mismo.
Pasarán después a «adornarse de nubes». Como fue dicho más arriba, «sus hermanos» gozan de la potestad de elevarse a las alturas y formar parte del paisaje celestial. Pueden volar y esa elevación les concede un ropaje especial.
Finalmente, son los encargados de «desalojar los grises». Sus dotes darán un toque de belleza a la vida.
Ahora, luego de esta enumeración, nos preguntamos: ¿Hay elementos en común, afines, entre el poeta y los pájaros? O, cambiando la forma a la pregunta, los poetas: ¿Cantan? ¿Trascienden la materia con cierta magia? ¿Se elevan a las alturas? ¿Ayudan a embellecer la vida?
Quien responda correctamente estas cuestiones estará en condiciones de saber y entender la «hermandad» existente entre poetas y pájaros.
Apreciamos con entusiasmo que hemos avanzado notablemente en nuestro análisis.
Resulta manifiesto que en un simple poema anida (palabra muy propicia para este caso) un mensaje con diversos contenidos esperando nuestra reflexión.
Hemos transitado un camino por medio del cual, tras leer un breve poema, penetramos, verso por verso, casi palabra por palabra, en una amplia interpretación del mismo, internándonos en la mente del propio poeta.
Ahora bien. Sabemos que la mayoría de las personas acostumbradas a la lectura de poemas, sin que mediare el procedimiento que acabamos de emplear, tras la sola lectura de este material, entiende sin demoras el mensaje. Sabe que se trata de un hablar el poeta a los pájaros y que por las características de estos, es razonable que los llame hermanos.
En otras palabras: la mayoría de los lectores sabrán el significado del poema sin recurrir al análisis que realizamos.
Esto es así.
Sin embargo, me parece que hay algo que no advertimos. Es lo siguiente: Toda vez que nosotros leemos algo y lo «entendemos», «comprendemos su significado», esto sucede porque nuestra mente realizó de manera automática una serie de procesos por medio de los cuales el pensamiento, sin nosotros advertirlo, pasó por toda esta meditación, esta evaluación del contenido del texto que acabamos de realizar.
Porque nuestro cerebro está capacitado para comprender es que entendemos el poema aunque no mediare este análisis.
Finalmente, no puedo dejar de citar al autor de este breve poema, titulado «Hermanos», que empleé para el presente trabajo.
Debo decir que la selección del mismo fue premeditada.
Consideré necesario valerme de él y no de algún otro poeta de renombre, con obras suficientemente conocidas y analizadas, al efecto de colaborar en su difusión.
Porque lo conozco personalmente y sé la dedicación que pone en lo suyo, como también cuánta falta le hace que alguien le dé un poco de publicidad, consideré apropiado tomar prestado su poema.
Se trata de un hombre maduro, sin libros publicados aún, y que ama mucho el trabajo de escritor, al que un día se le ocurrió escribir un «Conciso análisis de un breve poema» de su propia autoría.
Daniel Adrián Madeiro
www.mangencero.com
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