Las maquinitas poéticas
Fuente:http://aprumiante.wordpress.com
A todos nos pasa: a veces las musas se niegan a parir sus primicias, los versos se escurren, esquivos, por vericuetos imposibles de alcanzar y entonces recurrimos a ellas: las maquinitas poéticas.
Las hay de muchas clases, tipos y colores. Pero todas tienen algo en común: están tan lejos de la poesía como la física cuántica. Y creo que aún ésta se acerca más que las maquinitas de las que hablo. También podríamos llamarlas “fórmulas” y hasta “recetas”. Son como pequeños calmantes, pero en el fondo no son más que aspirinas para curar el cáncer. Reacio a aceptar que, de vez en cuando, no se puede escribir todo o como uno quisiera, el poeta recurre a ellas para dejar su conciencia en paz y sentir la satisfacción del deber cumplido. Pero ¿qué deber cumplido es aquel que se realiza bajo la advocación de las maquinitas? ¿Qué poesía hay allí, si es todo producto de la fría y aséptica combinación de elementos de (supuesta) eficacia estratégicamente dispuestos para causar un “efecto de poesía”, por llamarlo así?
Las maquinitas poéticas le otorgan tranquilidad al poeta, sobre todo al poeta bisoño, que en su novatería no se da cuenta de que está recurriendo a ellas y en cambio supone estar “creando” al fin. Error, mi buen amigo. Si usted cae en las garras de la maquinita poética díficilmente pueda volver a crear algo en su vida. Crear es unir dos ideas o elementos que normalmente no están unidos ni vinculados y generar algo totalmente nuevo. No tiene nada que ver con la producción en serie de poemas o de textos como si se trata de embutidos. El poeta que quiera deshacerse de las maquinitas debe combatirlas con todas sus fuerzas y huir de sus cantos de sirena cada vez que se le aparezcan, cada vez que se le asomen por sobre el hombro y comiencen a disparar sus dardos tranquilizantes.
¿De qué se tratan estas formulitas? Muy sencillo: son una serie de elementos pretendidamente poéticos que combinados entre sí dan la ilusión de poema. Repito: la ilusión, no un poema en sí. ¿Cuáles son estos elementos? Los más básicos: imágenes trilladas hasta el vómito, metáforas cristalizadas por el uso coloquial que no resultan sorprendentes en boca de nadie, menos que menos en un poema; términos con supuesto “prestigio poético” y la reina de todas las fórmulas: sentimientos ñoños a rolete. Veamos algunos ejemplos, porque si de algo se aprende es de la experiencia propia y yo también he tenido -y aún tengo- mis maquinitas favoritas. Escribir este post es una forma de exorcizarlas y rebelarme ante ellas y su malsano poder de dejar la “conciencia tranquila”. (No estaría de más apuntar aquí que nada menos poderoso y creativo que un poeta con la conciencia tranquila. Siempre alerta, debería ser nuestro lema. Siempre alerta al lenguaje y sus trampas, siempre alerta a la poesía oral involuntaria de nuestros semejantes, siempre alerta a las imágenes insólitas e inesperadas, siempre alertas a la belleza, en definitiva.)
Veamos: imágenes trilladas hasta al vómito pueden ser: comparar la suavidad de las mejillas de la amada con la de los pétalos de una flor (de preferencia, rosas); referirse a la ciudad, agresiva y despiadada, como una mole de cemento que todo se lo traga; hablar sin ningún pudor de la infinitud de la pampa; invocar sauces y otros árboles de figura lánguida para dar idea de paisaje nostálgico (imbuido de un Juanele mal asimilado, claro); comparar lágrimas y cristales, labios y corales, dientes y perlas… No es necesario que siga ¿verdad? La lista es infinita y el vómito irreprimible.
Los términos con supuesto prestigio poético son palabras que no solemos utilizar en nuestro (lamentablemente reducido) lenguaje habitual y que los poetas bisoños, sobre todo en Internet, creen investidos de la más alta magia poética con sólo incrustarlos, a presión la mayor parte de las veces, en sus textos (me resisto a llamarlos poemas aunque de lejos, sólo de lejos, lo parezcan). He aquí algunos de ellos: entre los colores, gana el azul, tal vez por la perniciosa influencia de Rubén Darío, pero también están el violeta y sus variantes (lila, malva, magenta, púrpura) y desde luego el nunca bien ponderado carmesí; entre las flores, ganan las magnolias, quizá por esa g misteriosa, y las rosas, eternas compañeras de cualquier ‘poema’ que se precie de tal; pero también cunden todas aquellas que tengan nombres un tanto extraños: genciana, zinnia, glicina, nenúfar… ¿no que suenan re-poéticas? Luego está la fauna poética, con el cisne a la cabeza, animal signado por la poesía si lo hay, aunque no se sepa bien por qué, seguido de cerca por el pavo real, las alondras, las calandrias y otros pobres pajaritos por el estilo. Parece que los hipopotámos, las tarántulas y los elefantes no gozan de prestigio poético, vaya uno a saber por qué, tan simpáticos que son. Después hay una serie de términos, más o menos variopintos, algunos de los cuales acabo de mencionar, que tienen todos un mismo origen: fueron llevados a la poesía por el modernismo.
El modernismo: movimiento poético tan caro a los poetas del sentimiento y a todos aquellos que aún no comprenden que ese fue tan sólo un momento más de la poesía occidental en lengua castellana, resultado de una serie de circunstancias especiales y nada más, que creen que allí se dijo y se hizo todo lo que se podía hacer y decir en la poesía, y que ignoran alegremente todo lo que vino después (el surrealismo, por ejemplo, que no es, como muchos también creen, decir incoherencias de preescolar y llamarlas “poema surrealista”). El modernismo, decía, así como brindó bellezas inusitadas e introdujo toda esta imaginería suntuosa y estéticamente refinada (que degeneró luego en la caricatura de sí mismo), produjo también horribles esperpentos: basta leer atentamente al propio Rubén Darío para darse cuenta de ello. Al lado de versos dignos de ser esculpidos en piedra por los siglos de los siglos, el buen Rubén desbarrancó y se enlodó hasta lo más profundo, llevado por su ansia de impactar y ser el más original (sí, a él también le pasaba).
El modernismo dejó una serie de imágenes y términos (*) que están tan ligados con lo “poético” (en un sentido puramente doxólogico, es decir, de lo que el común denominador de la gente cree que es poético), que los poetas bisoños recurren a ellos sin siquiera plantearse la necesidad de revisar un material tan anticuado (tengamos en cuenta que el modernismo ocurrió hace ya más de 80 años). Términos como marfil (y todos los que denoten suntuosidad y refinamiento), céfiro, vestal (y todos los de origen griego, cuanto más raros mejor), ocaso (y todos los demás fenómenos meteorológicos en sus versiones “poéticas”, vale decir: en vez de nube, cirro; en vez de cielo, firmamento; en vez de madrugada, albor y así), más otros cientos, incluyendo todo el campo semántico que se abre con la mitología griega y romana, a la que el modernismo fue adicto, dan cuenta de una estética perimida y decadente, caída en desgracia poco tiempo después de su irrupción, en tanto respondía a cuestiones coyunturales del momento y que cualquier poeta con dos dedos de frente haría bien en estudiar y leer en profundidad, precisamente para aprender todo lo que sería bueno no hacer y evitar a la hora de escribir versos.
Sin embargo, no es mi intención que esto se tome como una diatriba contra el modernismo, que muy buenos frutos dio en este país y en el resto de Iberoámerica (pienso en un poema de Darío exquisito como “Lo fatal”, algunos poemas de Machado y algunos momentos, sólo algunos, de Leopoldo Lugones). Por el contrario, el modernismo fue bueno y hasta necesario para que lo que vino luego pudiera surgir, pero lo que mi cabeza no concibe es que en el año 2008 haya “poetas” que puedan “escribir” como si después del modernismo y hasta hoy no hubiera pasado nada, como si no hubiera habido después surrealismo o poesía concreta, por citar sólo dos ejemplos. Como si todo se hubiera terminado en Amado Nervo, para citar un autor paradigmático de lo más trillado y obsoleto del modernismo latinoamericano. Lo terrible del caso es que los poetas que insisten con esto en el 2008 lo hacen en base a una caricatura del modernismo, como decía anteriormente, que ya comenzaba a expandirse en aquel momento, cuando el modernismo aún estaba en auge (vease el “Parnaso satírico” de la revista vanguardista Martín Fierro, por ejemplo).
Por último, pero no menos importante, está la amalgama que liga todos estos elementos: los sentimientos ñoños y la filosofía de póster, cosas que podrían reducirse a frases o términos resumidores que todo lo explican (y que no dejan ningún misterio sin resolver, desde luego, ya que el misterio es algo que los poeñoños desconocen, aunque misterio sea una de sus palabras poéticas favoritas). Y lo que estoy diciendo no es un invento de mi mente afiebrada, es la moralina que se desprende de los textos de los poetas que insisten en esta maliciosa conducta usando y abusando de sus maquinitas. Es el “mensaje” que sus poetontos dejan (y dejo para otro post la discusión acerca de si la poesía debe trasmitir mensaje alguno, cual si fuera una radio o algo por el estilo). Estas frases podrían ser más o menos así: “Todos los niños son como ángeles”, “No hay nada más enternecedor que una mujer embarazada y/o acunando a un niño”, “El hombre es lobo para el hombre” (adagio latino que no se cansan de repetir de la forma más anodina posible), “La ciudad es mala y el campo es bueno”, “La vida merece ser vivida” y otros desatinos por el estilo, semejantes a los deplorables “aforismos” (llamarlos así es una falta de respeto a los autores de verdaderos aforismos, como Antonio Porchia, pero bueno, así los llama él mismo) de José Narosky, un “autor” que no es más que una gran maquinita de supuesta poesía y sabiduría, y es lo más ñoño y revulsivo que se pueda leer.
Entonces, con todo esto, la fórmula más común para las maquinitas poéticas puede presentarse como:
palabras con prestigio poético (si pertenecen al modernismo, mejor)
+
sentimientos ñoños
+
filosofía de póster
+
metáforas trilladas y lugares comunes
=
¡un poema precioso y de lo más poético! (**)
Y si no, miren: he aquí dos ejemplos de lo que las fórmulas pueden dar de sí:
1)
La vida con su carillón
ha dictaminado que es la hora de dejarte ir
pero yo también me iré
como las magnolias que se van
detrás de todos los crepúsculos
2)
solitaria en su vagabundear la niña de humo
volcó todas sus letras en el lecho de la infinitud (***)
Por supuesto, acabo de inventar esos horribles versos a propósito, pero les aseguro que todos los días recibo en mi correo poemas aún peores, para colmo escritos con total seriedad y denuedo, y que, por si fuera poco, son festejados por otros que también se llaman a sí mismos poetas y no son capaces de distinguir la paja del trigo. ¿Cuál es la causa de que no sepan o no puedan discernir una cosa de la otra? En mi opinión esto es únicamente porque no leen poesía. Se leen a sí mismos y a los que escriben como ellos. No leen poesía ni actual ni contemporánea, ni siquiera modernista. Más todavía, pretenden escribir sin leer, lo cual es poco menos que un suicidio literario. ¿De dónde aprender? ¿En qué otro lugar encontrar formas nuevas y originales de decir lo mismo? Porque a esta altura del partido queda muy claro que los temas de los que puede ocuparse la poesía son muy pocos. En mi opinión son sólo tres y todos los demás no son más que ramificaciones de estos tres: el amor, el tiempo y la muerte.
Si esto es así, si la infinita variedad de tópicos no es más que una ramificación de cualquiera de estos tres temas entonces no queda más que leer cuanto nos sea posible no sólo para ver cómo lo han expresado los otros poetas, sino para empezar a encontrar la manera propia de expresarlos, que es la gran empresa que debe acometer todo poeta que se precie de tal. Y evitar, así, recurrir a la maquinita, como otros recurren al alcohol o a las drogas para “darse ánimos” o para enfrentar la chatura de sus vidas.
AP
Una última acotación: si este post parece salido de la nada y provocado por un repentino furor contra los poetrastos del éter (a quienes ya me he referido en su momento) es porque me cansé de recibir en mi correo porquerías peores que las que inventé supra y quiero hacer constar que estuve a punto de copiar textualmente lo que día tras día recibo en mi bandeja de entrada, pero como tengo la precaución de eliminar los mensajes con poemas desagradables de inmediato, no tenía ninguno a mano. Además, en las épocas en las que junto con Karina Sacerdote moderábamos el foro de poesía “Azul y Palabras”, la mera mención de las “formulitas” poéticas provocó poco menos que un cisma (de hecho lo fue, ambas renunciamos a la moderación después de ese incidente), por lo que juzgué excesivo “escrachar” a quienes tan convencidos siguen con lo suyo. Creo que eso es lo único admirable que tienen, que no parecen dudar nunca de su escritura ni de su vocación, aunque pensándolo bien creo que ningún poeta o escritor que se precie de tal está, nunca, seguro de aquello que escribe. Si lo está, entonces que se dedique a otra cosa, como aconseja cummings. Para cerrar, quiero citar las palabras de John Gardner, en su excelente libro Para ser novelista, acerca del furor y la rabia que producen aquellos que, en nuestra opinión, no se toman en serio lo que para nosotros -para mí, en este caso- es lo más sagrado: la propia escritura. Allá van (aunque se refieran a la novela, valen lo mismo):
“Si uno se esfuerza mucho por hacer algo que considera importante (contar una historia excelentemente bien), no tolera que otra persona lo haga mal o, peor aún, con engaño, y pretenda, además, formar parte de su distinguida cofradía. Es una afrenta a su honor, al de toda la profesión, y el objetivo que se ha marcado en la vida pierde significación, sobre todo si los lectores y los críticos se muestran incapaces de distinguir entre lo auténtico y lo falso, como suele ocurrir.”
(*): A medida que escribo y reviso este post se me vienen a las mientes más términos ligados con lo peor del modernismo, a saber: mieses (y otros términos vinculados a lo geórgico o pastoral), celaje, miraje, querubín (y todas las jerarquías angélicas), carillón (y todo el moblaje del siglo XIX), loto, estanque, sátiro, faunesa y demases. La lista podría ser interminable.
(**): Centré este párrafo a propósito. Por alguna causa desconocida y que ya no me pondré a investigar, la mayoría de los poetas ñoños e internéticos suponen que la disposición ‘natural’ de los versos es la alineación centrada. Un efecto de la literatura de póster quizás.
(***): Este es un ejemplo de maquinita especial, diferente a la que podríamos llamar ‘maquinita modernista’. A esta la llamo ‘maquinita Pizarnik’ y espero referirme a ella en un post venidero, ya que es la maquinita que más suele afectarme y cuya fórmula base difiere bastante de la modernista.
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Una respuesta para “Las maquinitas poéticas”
1. azpeitia Dice:
31 01 08 en 14:42
Llego a ti por la Lista de e-mail, y me asomo de puntillas a tu Web, nunca mejor dicho de puntillas, porque entras con una fuerza increíble, con la guadaña que limpiará este mundo cursi-poético que nos inunda a todos y puede ser que confesemos que hasta nos contamina.
He leído con atención todo tu alegato-manifiesto y me han temblado las piernas, he registrado mis bolsillos no sea que los tenga llenos de palabras fáciles y ramplonas, trato de revisar mis versos mentalmente, por ver si encuentro similitudes o coincidencias por las palabras enumeradas….claro que no están todas las palabras cursis o tantas veces manidas por los poetas.
En fin, insisto que lo he leído entero y te puedo asegurar que no es fácil por su densidad de contenido, y ahora tengo miedo que puedas leer alguna de las que hasta hoy creía poesías, porque podría caer fulminado por tu acerada hoja.
Te ruego que si lees algo de lo que he escrito, tengas compasión de este pobre romántico, lleno de buena intención….que no piensa nada más con su pseudo-poesía que hacer felices a un pequeño entorno de personas allegadas, mejor diría muy próximas de no más de cincuenta kilómetros de radio.
Analía me gustaría tenerte y aún más siendo escritora, en el entorno de mis amigas, por todo lo que pueda aprender de tí, ya que todos aprendemos de todos, y yo como tú debido a mi miserable profesión, me he visto alejado de poder escribir hasta este mes de Octubre pasado, que me inicié despacito.
Leeré con atención todo lo que pongas en tu Web, y comentaré como hoy mis sinceras sensaciones. Un abrazo desde la vieja España de J.A.Azpeitia
Fuente:http://aprumiante.wordpress.com
A todos nos pasa: a veces las musas se niegan a parir sus primicias, los versos se escurren, esquivos, por vericuetos imposibles de alcanzar y entonces recurrimos a ellas: las maquinitas poéticas.
Las hay de muchas clases, tipos y colores. Pero todas tienen algo en común: están tan lejos de la poesía como la física cuántica. Y creo que aún ésta se acerca más que las maquinitas de las que hablo. También podríamos llamarlas “fórmulas” y hasta “recetas”. Son como pequeños calmantes, pero en el fondo no son más que aspirinas para curar el cáncer. Reacio a aceptar que, de vez en cuando, no se puede escribir todo o como uno quisiera, el poeta recurre a ellas para dejar su conciencia en paz y sentir la satisfacción del deber cumplido. Pero ¿qué deber cumplido es aquel que se realiza bajo la advocación de las maquinitas? ¿Qué poesía hay allí, si es todo producto de la fría y aséptica combinación de elementos de (supuesta) eficacia estratégicamente dispuestos para causar un “efecto de poesía”, por llamarlo así?
Las maquinitas poéticas le otorgan tranquilidad al poeta, sobre todo al poeta bisoño, que en su novatería no se da cuenta de que está recurriendo a ellas y en cambio supone estar “creando” al fin. Error, mi buen amigo. Si usted cae en las garras de la maquinita poética díficilmente pueda volver a crear algo en su vida. Crear es unir dos ideas o elementos que normalmente no están unidos ni vinculados y generar algo totalmente nuevo. No tiene nada que ver con la producción en serie de poemas o de textos como si se trata de embutidos. El poeta que quiera deshacerse de las maquinitas debe combatirlas con todas sus fuerzas y huir de sus cantos de sirena cada vez que se le aparezcan, cada vez que se le asomen por sobre el hombro y comiencen a disparar sus dardos tranquilizantes.
¿De qué se tratan estas formulitas? Muy sencillo: son una serie de elementos pretendidamente poéticos que combinados entre sí dan la ilusión de poema. Repito: la ilusión, no un poema en sí. ¿Cuáles son estos elementos? Los más básicos: imágenes trilladas hasta el vómito, metáforas cristalizadas por el uso coloquial que no resultan sorprendentes en boca de nadie, menos que menos en un poema; términos con supuesto “prestigio poético” y la reina de todas las fórmulas: sentimientos ñoños a rolete. Veamos algunos ejemplos, porque si de algo se aprende es de la experiencia propia y yo también he tenido -y aún tengo- mis maquinitas favoritas. Escribir este post es una forma de exorcizarlas y rebelarme ante ellas y su malsano poder de dejar la “conciencia tranquila”. (No estaría de más apuntar aquí que nada menos poderoso y creativo que un poeta con la conciencia tranquila. Siempre alerta, debería ser nuestro lema. Siempre alerta al lenguaje y sus trampas, siempre alerta a la poesía oral involuntaria de nuestros semejantes, siempre alerta a las imágenes insólitas e inesperadas, siempre alertas a la belleza, en definitiva.)
Veamos: imágenes trilladas hasta al vómito pueden ser: comparar la suavidad de las mejillas de la amada con la de los pétalos de una flor (de preferencia, rosas); referirse a la ciudad, agresiva y despiadada, como una mole de cemento que todo se lo traga; hablar sin ningún pudor de la infinitud de la pampa; invocar sauces y otros árboles de figura lánguida para dar idea de paisaje nostálgico (imbuido de un Juanele mal asimilado, claro); comparar lágrimas y cristales, labios y corales, dientes y perlas… No es necesario que siga ¿verdad? La lista es infinita y el vómito irreprimible.
Los términos con supuesto prestigio poético son palabras que no solemos utilizar en nuestro (lamentablemente reducido) lenguaje habitual y que los poetas bisoños, sobre todo en Internet, creen investidos de la más alta magia poética con sólo incrustarlos, a presión la mayor parte de las veces, en sus textos (me resisto a llamarlos poemas aunque de lejos, sólo de lejos, lo parezcan). He aquí algunos de ellos: entre los colores, gana el azul, tal vez por la perniciosa influencia de Rubén Darío, pero también están el violeta y sus variantes (lila, malva, magenta, púrpura) y desde luego el nunca bien ponderado carmesí; entre las flores, ganan las magnolias, quizá por esa g misteriosa, y las rosas, eternas compañeras de cualquier ‘poema’ que se precie de tal; pero también cunden todas aquellas que tengan nombres un tanto extraños: genciana, zinnia, glicina, nenúfar… ¿no que suenan re-poéticas? Luego está la fauna poética, con el cisne a la cabeza, animal signado por la poesía si lo hay, aunque no se sepa bien por qué, seguido de cerca por el pavo real, las alondras, las calandrias y otros pobres pajaritos por el estilo. Parece que los hipopotámos, las tarántulas y los elefantes no gozan de prestigio poético, vaya uno a saber por qué, tan simpáticos que son. Después hay una serie de términos, más o menos variopintos, algunos de los cuales acabo de mencionar, que tienen todos un mismo origen: fueron llevados a la poesía por el modernismo.
El modernismo: movimiento poético tan caro a los poetas del sentimiento y a todos aquellos que aún no comprenden que ese fue tan sólo un momento más de la poesía occidental en lengua castellana, resultado de una serie de circunstancias especiales y nada más, que creen que allí se dijo y se hizo todo lo que se podía hacer y decir en la poesía, y que ignoran alegremente todo lo que vino después (el surrealismo, por ejemplo, que no es, como muchos también creen, decir incoherencias de preescolar y llamarlas “poema surrealista”). El modernismo, decía, así como brindó bellezas inusitadas e introdujo toda esta imaginería suntuosa y estéticamente refinada (que degeneró luego en la caricatura de sí mismo), produjo también horribles esperpentos: basta leer atentamente al propio Rubén Darío para darse cuenta de ello. Al lado de versos dignos de ser esculpidos en piedra por los siglos de los siglos, el buen Rubén desbarrancó y se enlodó hasta lo más profundo, llevado por su ansia de impactar y ser el más original (sí, a él también le pasaba).
El modernismo dejó una serie de imágenes y términos (*) que están tan ligados con lo “poético” (en un sentido puramente doxólogico, es decir, de lo que el común denominador de la gente cree que es poético), que los poetas bisoños recurren a ellos sin siquiera plantearse la necesidad de revisar un material tan anticuado (tengamos en cuenta que el modernismo ocurrió hace ya más de 80 años). Términos como marfil (y todos los que denoten suntuosidad y refinamiento), céfiro, vestal (y todos los de origen griego, cuanto más raros mejor), ocaso (y todos los demás fenómenos meteorológicos en sus versiones “poéticas”, vale decir: en vez de nube, cirro; en vez de cielo, firmamento; en vez de madrugada, albor y así), más otros cientos, incluyendo todo el campo semántico que se abre con la mitología griega y romana, a la que el modernismo fue adicto, dan cuenta de una estética perimida y decadente, caída en desgracia poco tiempo después de su irrupción, en tanto respondía a cuestiones coyunturales del momento y que cualquier poeta con dos dedos de frente haría bien en estudiar y leer en profundidad, precisamente para aprender todo lo que sería bueno no hacer y evitar a la hora de escribir versos.
Sin embargo, no es mi intención que esto se tome como una diatriba contra el modernismo, que muy buenos frutos dio en este país y en el resto de Iberoámerica (pienso en un poema de Darío exquisito como “Lo fatal”, algunos poemas de Machado y algunos momentos, sólo algunos, de Leopoldo Lugones). Por el contrario, el modernismo fue bueno y hasta necesario para que lo que vino luego pudiera surgir, pero lo que mi cabeza no concibe es que en el año 2008 haya “poetas” que puedan “escribir” como si después del modernismo y hasta hoy no hubiera pasado nada, como si no hubiera habido después surrealismo o poesía concreta, por citar sólo dos ejemplos. Como si todo se hubiera terminado en Amado Nervo, para citar un autor paradigmático de lo más trillado y obsoleto del modernismo latinoamericano. Lo terrible del caso es que los poetas que insisten con esto en el 2008 lo hacen en base a una caricatura del modernismo, como decía anteriormente, que ya comenzaba a expandirse en aquel momento, cuando el modernismo aún estaba en auge (vease el “Parnaso satírico” de la revista vanguardista Martín Fierro, por ejemplo).
Por último, pero no menos importante, está la amalgama que liga todos estos elementos: los sentimientos ñoños y la filosofía de póster, cosas que podrían reducirse a frases o términos resumidores que todo lo explican (y que no dejan ningún misterio sin resolver, desde luego, ya que el misterio es algo que los poeñoños desconocen, aunque misterio sea una de sus palabras poéticas favoritas). Y lo que estoy diciendo no es un invento de mi mente afiebrada, es la moralina que se desprende de los textos de los poetas que insisten en esta maliciosa conducta usando y abusando de sus maquinitas. Es el “mensaje” que sus poetontos dejan (y dejo para otro post la discusión acerca de si la poesía debe trasmitir mensaje alguno, cual si fuera una radio o algo por el estilo). Estas frases podrían ser más o menos así: “Todos los niños son como ángeles”, “No hay nada más enternecedor que una mujer embarazada y/o acunando a un niño”, “El hombre es lobo para el hombre” (adagio latino que no se cansan de repetir de la forma más anodina posible), “La ciudad es mala y el campo es bueno”, “La vida merece ser vivida” y otros desatinos por el estilo, semejantes a los deplorables “aforismos” (llamarlos así es una falta de respeto a los autores de verdaderos aforismos, como Antonio Porchia, pero bueno, así los llama él mismo) de José Narosky, un “autor” que no es más que una gran maquinita de supuesta poesía y sabiduría, y es lo más ñoño y revulsivo que se pueda leer.
Entonces, con todo esto, la fórmula más común para las maquinitas poéticas puede presentarse como:
palabras con prestigio poético (si pertenecen al modernismo, mejor)
+
sentimientos ñoños
+
filosofía de póster
+
metáforas trilladas y lugares comunes
=
¡un poema precioso y de lo más poético! (**)
Y si no, miren: he aquí dos ejemplos de lo que las fórmulas pueden dar de sí:
1)
La vida con su carillón
ha dictaminado que es la hora de dejarte ir
pero yo también me iré
como las magnolias que se van
detrás de todos los crepúsculos
2)
solitaria en su vagabundear la niña de humo
volcó todas sus letras en el lecho de la infinitud (***)
Por supuesto, acabo de inventar esos horribles versos a propósito, pero les aseguro que todos los días recibo en mi correo poemas aún peores, para colmo escritos con total seriedad y denuedo, y que, por si fuera poco, son festejados por otros que también se llaman a sí mismos poetas y no son capaces de distinguir la paja del trigo. ¿Cuál es la causa de que no sepan o no puedan discernir una cosa de la otra? En mi opinión esto es únicamente porque no leen poesía. Se leen a sí mismos y a los que escriben como ellos. No leen poesía ni actual ni contemporánea, ni siquiera modernista. Más todavía, pretenden escribir sin leer, lo cual es poco menos que un suicidio literario. ¿De dónde aprender? ¿En qué otro lugar encontrar formas nuevas y originales de decir lo mismo? Porque a esta altura del partido queda muy claro que los temas de los que puede ocuparse la poesía son muy pocos. En mi opinión son sólo tres y todos los demás no son más que ramificaciones de estos tres: el amor, el tiempo y la muerte.
Si esto es así, si la infinita variedad de tópicos no es más que una ramificación de cualquiera de estos tres temas entonces no queda más que leer cuanto nos sea posible no sólo para ver cómo lo han expresado los otros poetas, sino para empezar a encontrar la manera propia de expresarlos, que es la gran empresa que debe acometer todo poeta que se precie de tal. Y evitar, así, recurrir a la maquinita, como otros recurren al alcohol o a las drogas para “darse ánimos” o para enfrentar la chatura de sus vidas.
AP
Una última acotación: si este post parece salido de la nada y provocado por un repentino furor contra los poetrastos del éter (a quienes ya me he referido en su momento) es porque me cansé de recibir en mi correo porquerías peores que las que inventé supra y quiero hacer constar que estuve a punto de copiar textualmente lo que día tras día recibo en mi bandeja de entrada, pero como tengo la precaución de eliminar los mensajes con poemas desagradables de inmediato, no tenía ninguno a mano. Además, en las épocas en las que junto con Karina Sacerdote moderábamos el foro de poesía “Azul y Palabras”, la mera mención de las “formulitas” poéticas provocó poco menos que un cisma (de hecho lo fue, ambas renunciamos a la moderación después de ese incidente), por lo que juzgué excesivo “escrachar” a quienes tan convencidos siguen con lo suyo. Creo que eso es lo único admirable que tienen, que no parecen dudar nunca de su escritura ni de su vocación, aunque pensándolo bien creo que ningún poeta o escritor que se precie de tal está, nunca, seguro de aquello que escribe. Si lo está, entonces que se dedique a otra cosa, como aconseja cummings. Para cerrar, quiero citar las palabras de John Gardner, en su excelente libro Para ser novelista, acerca del furor y la rabia que producen aquellos que, en nuestra opinión, no se toman en serio lo que para nosotros -para mí, en este caso- es lo más sagrado: la propia escritura. Allá van (aunque se refieran a la novela, valen lo mismo):
“Si uno se esfuerza mucho por hacer algo que considera importante (contar una historia excelentemente bien), no tolera que otra persona lo haga mal o, peor aún, con engaño, y pretenda, además, formar parte de su distinguida cofradía. Es una afrenta a su honor, al de toda la profesión, y el objetivo que se ha marcado en la vida pierde significación, sobre todo si los lectores y los críticos se muestran incapaces de distinguir entre lo auténtico y lo falso, como suele ocurrir.”
(*): A medida que escribo y reviso este post se me vienen a las mientes más términos ligados con lo peor del modernismo, a saber: mieses (y otros términos vinculados a lo geórgico o pastoral), celaje, miraje, querubín (y todas las jerarquías angélicas), carillón (y todo el moblaje del siglo XIX), loto, estanque, sátiro, faunesa y demases. La lista podría ser interminable.
(**): Centré este párrafo a propósito. Por alguna causa desconocida y que ya no me pondré a investigar, la mayoría de los poetas ñoños e internéticos suponen que la disposición ‘natural’ de los versos es la alineación centrada. Un efecto de la literatura de póster quizás.
(***): Este es un ejemplo de maquinita especial, diferente a la que podríamos llamar ‘maquinita modernista’. A esta la llamo ‘maquinita Pizarnik’ y espero referirme a ella en un post venidero, ya que es la maquinita que más suele afectarme y cuya fórmula base difiere bastante de la modernista.
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Una respuesta para “Las maquinitas poéticas”
1. azpeitia Dice:
31 01 08 en 14:42
Llego a ti por la Lista de e-mail, y me asomo de puntillas a tu Web, nunca mejor dicho de puntillas, porque entras con una fuerza increíble, con la guadaña que limpiará este mundo cursi-poético que nos inunda a todos y puede ser que confesemos que hasta nos contamina.
He leído con atención todo tu alegato-manifiesto y me han temblado las piernas, he registrado mis bolsillos no sea que los tenga llenos de palabras fáciles y ramplonas, trato de revisar mis versos mentalmente, por ver si encuentro similitudes o coincidencias por las palabras enumeradas….claro que no están todas las palabras cursis o tantas veces manidas por los poetas.
En fin, insisto que lo he leído entero y te puedo asegurar que no es fácil por su densidad de contenido, y ahora tengo miedo que puedas leer alguna de las que hasta hoy creía poesías, porque podría caer fulminado por tu acerada hoja.
Te ruego que si lees algo de lo que he escrito, tengas compasión de este pobre romántico, lleno de buena intención….que no piensa nada más con su pseudo-poesía que hacer felices a un pequeño entorno de personas allegadas, mejor diría muy próximas de no más de cincuenta kilómetros de radio.
Analía me gustaría tenerte y aún más siendo escritora, en el entorno de mis amigas, por todo lo que pueda aprender de tí, ya que todos aprendemos de todos, y yo como tú debido a mi miserable profesión, me he visto alejado de poder escribir hasta este mes de Octubre pasado, que me inicié despacito.
Leeré con atención todo lo que pongas en tu Web, y comentaré como hoy mis sinceras sensaciones. Un abrazo desde la vieja España de J.A.Azpeitia
1 comentario:
A veces las maquinitas son un recurso más... si algo debería tener la poesía es el libre recurso al todo vale como recurso ;-)
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